viernes, 5 de noviembre de 2010

Miedo Entre Jazmines XIV

Más dudas.

Ella no era una “médium”.

El espíritu claramente se le representó como un hombre, o eso creía ella, pero la pregunta era por qué ese nombre, Davida era nombre de mujer.

Tal vez era la señora que la ayudó, pero no.
Desechó esa idea ya que, en su sueño el ente se presentaba como una de las voces del remolino que la rodeó.

Cuanto más ahondaba en el tema, más dudas surgían.

Ahora, el siguiente paso  sería volver a la taberna y preguntar a Abu qué sabía sobre todo aquello.

En su camino hacia la taberna pensó una y otra vez cómo abordaría el tema, porque realmente aunque lo parecía, no era nada sencillo.

La taberna estaba abierta.
Era algo extraño, ya que Abu y Daniel no eran nada puntales, y ella al igual que los demás días, había llegado con sus 10 minutos de adelanto.

Corría una suave brisa que hacía mover con suavidad las cortinas.

Lo primero que hizo al cruzar el umbral fue respirar hondo.
Nada, ni una leve brizna de olor a jazmín.

Caminó con decisión hacia la cocina, y allí, en silencio, estaban los dos preparando cuscús y algo de pollo a la crema.

-Vaya guapa, no te hemos oído entrar.
El saludo de Abu fue frío, demasiado frío.
No era el momento de preguntar, pero Esperanza se quedó en la puerta mirándolo, deseando que salieran de su boca las preguntas que querían escapar a borbotones...
-¡No te quedes ahí embobada, y acaba de preparar el patio!
Vaya, Daniel también estaba… raro.
Ni si quiera la miró cuando le dio la primera orden de la tarde.

El patio…
Tenía que entrar en el patio…

Soltó su bolso en un perchero que había en la cocina tomándose su tiempo, despacio, alargando el momento de acudir a la llamada silenciosa del jazmín.

-¡Quieres darte prisa! ¡No tenemos toda la tarde! Sabes de sobra que los guiris cenan temprano…
-Daniel por favor…
….
-Perdona Daniel- contestó Esperanza con la cabeza baja- ya voy.

Desde las cristaleras veía cada mesa en su sitio.
-Seguro que entre los dos han puesto el jazmín en su sitio y todas las mesas.
Suspiró, se acercó al mueble aparador para coger los manteles y servilletas y, alguien entró.
Era una chica de la edad de Esperanza.
Su pelo negro alcanzaba la cintura haciendo ondas, y se movía con cierto aire de superioridad.
Los grandes ojos azules, radiografiaban todo y cada uno de los rincones por los que iba pasando.

-Excesivo maquillaje- pensó Esperanza.

Cual fue su sorpresa cuando vio que según se acercaba a la cocina, sacaba un mandilito  blanco de una bolsa, y se lo iba poniendo mientras gritaba:
-¡Salvadooor, Danieeeel, ya estoy aquí!

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